martes, 12 de agosto de 2008

Perugia Capítulo XXIV: Y vuelta a la vida Real...

Es verdad que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero hay cosas que no quieres que se acaben nunca. Una de ellas es irte de Erasmus. Y si encima te vas de Erasmus a Perugia este sentimiento se multiplica por mil. Lo siento, pero a mi con Perugia me pasa como con el Atleti, que no atiendo a razones. Mantengo y mantendré que Perugia es la mejor ciudad (o pueblito) para irte de Erasmus. Y como muestras tengo mil botones y millones de momentos vividos allí que demuestran científicamente lo que digo. Y es que, las cosas como son, pero Italia me ha dado un montón de alegrones este año. Entre ellos, y pese al miedo de los pesimistas de siempre, caer eliminada ante España en cuartos de la Eurocopa. Este año no podía acabar el cuento de otra manera...

Yo no soy demasiado envidioso, pero tengo que reconocer que a ti, que todavía no has estrenado tu Erasmus en Perugia, te tengo una envidia inhumana. De verdad, no sabes lo que tienes por delante. Espero que lo aproveches al máximo, que agotes hasta el último rincón del pueblo, que desgastes las escaleras de la piazza de estar sentado en ellas, que conozcas hasta el último rosero (gente encantadora), que devores todos los aperitivos, que te hartes de las vistas espectaculares y que no pares en casa. Hazlo por tus antepasados Peruginos. Nosotros lo haríamos por ti.



Bendita Piazza, ¡cuántas alegrías nos has dado!

Es una tontería intentar resumir en un post lo que es un año de Erasmus. Y más con la mala capacidad de síntesis que tengo, que rápido me voy por las ramas. Ten en cuenta que cuando llegues a Perugia vas a alucinar con todo. Como ya he dicho en otras ocasiones, te va a recordar a un campamento a los que ibas de pequeño. Sólo que este mola más y dura un año. Pero una vez que regreses no vas a parar de arrepentirte de lo bonito e ideal que era el mundo allí. Es muy difícil aceptar que algo tan genial se ha terminado. Lo mejor es que cuando veas que el fin está cerca intentes visualizar como va a ser la conclusión de la aventura. Eso dicen los especialistas, aunque no sé si funcionan realmente esos ejercicios...

Te lo vas a pasar como un niño, cabrón. Aún así llegarán momentos en los que los estudios achuchen un poco. En esos momentos debes acordarte de que exámenes hay muchos a lo largo de la vida y tu aventura italiana, por el contrario, tiene fecha de caducidad. Tú verás que te compensa más, majete. Tienes que darte caprichos, es muy difícil que vayas a disfrutar de un año parecido en tu vida. No estoy diciendo que te conviertas en un irresponsable, sino que, ahora que tienes la oportunidad, te des a la buena vida. Perugia es un sitio increible donde puedes vivir como un marqués. No te estoy diciendo que vayas con la billetera por delante soltanto pasta como un loco, sino que tienes que saber disfrutar de los pequeños placeres que te da Perugia.

Mientras estaba de Erasmus (no hace ni un mes que volví a España, tampoco seamos dramáticos) ya era consciente de lo cojonudo que era lo que estaba viviendo. Pero ahora en Madrid soy mucho más consecuente de lo maravilloso que era aquello. Es muy duro volver del paraiso para encerrarse en el metro, cumplir horarios, currar... volver a ser un poco responsable, en pocas palabras. El tema de volver a casa con padres también tiene su aquel... Pero bueno, para nada es el fin del mundo. Estoy intentando convencerme poco a poco de que mi deber es alegrarme por el lujo de año que he tenido. Un año que según pase el tiempo cada vez voy a valorar más.


Ciao, ciao, Perugia...

Y nada, querido lector, que ya sé que te he tenido olvidadísimo. Pero bueno, eso es señal de que en Perugia no te aburres un sólo momento. Si me hubiera aburrido habría escrito mil entradas en el blog. Que no haya actualizado desde marzo es buena señal. Por cierto, ¡ya me hubiera gustado a mi que alguien me hubiera hablado con tanta ilusión de Perugia antes de partir para allá!

Por último, quería decir que la gente que he conocido allí tiene gran parte de la culpa de haber hecho de que este año haya sido un año increible. En eso si que no te envidio nada. Es más, creo que eres tú el que me tiene que tener envidia a mí porque te has perdido la mejor promoción Erasmus española de la historia. Gente de todos los colores, pero gente maravillosa. No se puede tener todo, amigo...


¡Amigos y amigas Peruginos, muchos besos y abrazos a todos!

¡Seguimos funcionando!

miércoles, 12 de marzo de 2008

Perugia Capítulo XXIII: Parma, ese gran descubrimiento... En construccion...

Te puedes tirar el rollo y decir que irse de Erasmus es irse un año a estudiar fuera. Mentira. Irse de Erasmus es irse un año fuera. Quita el 'estudiar' de la frase. Cierto es que cuando se acercan los exámenes por primera vez te acojonas, pero una vez pasada la prueba de fuego del primer semestre coges mucha confianza y te das cuenta de que Erasmus es un año que tienes que aprovechar para vivir y para tocarte los pies. A clase ya llevas yendo toda la vida y aún te quedarán otros tantos años. Estudiar es el pan nuestro de cada día, tocarte los pies, al contrario, está reservado a unos privilegiados. ¡Toquémonos los pies a dos manos pues!




Por mucho que os digan, en Erasmus básicamente no hace falta ir a clase. Bueno, hay que aclarar que hablo por mi experiencia en Periodismo, en otras carreras serias como Medicina si que pasan lista y todo. A lo que iba, que si quieres te puedes tomar el Erasmus como una semana con tus amigotes en Salou pero extendida durante un año entero. Como aquí no tienes ninguna responsabilidad importante puedes viajar sin dar explicaciones ni preocuparte demasiado por la vuelta. En esas, el viernes pasado mapa en mano, hombre-geneticamente-perfecto, Jurasic-Azparren y yo decidimos que a la mañana siguiente partíamos a Parma: la tierra de las oportunidades.

El viaje suponía un gran reto para nosotros, acostumbrados a viajes más pequeños sin salir de la región. La gente normalmente tira a lo grande y se olvida de lo que tiene al lado. A las primeras de cambio se les llena la boca y parten a Venezia, a Milán, a Sicilia, A OTROS PAÍSES... Que yo no digo que esté mal. Al contrario. Lo que si está mal es que se dejen de visitar pequeños pueblillos que están a tiro de piedra y que también tienen sentimientos. Tienes que defender un poco lo que es tuyo, lo que te ha visto crecer. Y la Umbria (para los más catetos, es la región de Italia donde está Perugia) nos ha visto crecer, ha sido testigo de nuestra llegada, de nuestros (pocos) sufrimentos y de nuestras muchas alegrias. Estamos en deuda con ella. Por eso desde aquí, los campesinos no dejamos de recomendar la visita de pueblos como Asis, Espoleto, Gubbio, Orvieto... No os defraudarán.





Parma es una ciudad que acoge, te integra rápido. Pronto te sientes un habitante más. Quizás irte de Erasmus allí es excesivo, pero para ir un par de días es ideal. Lo que más me llamó la atención de Parma sin duda es su fauna, con el Parmigiano a la cabeza. El Parmigiano (me estoy refiriendo al señor natural de Parma, no al queso) es fundamentalmente un anciano que se desplaza en bicicleta. Lleva realizando esta actividad toda la vida, por lo que tiene una habilidad casi innata. Llegué a ver a una señora Parmigiana que, mientras montaba en bicicleta, sujetaba a su hijo Parmigiano en la barra de la bicicleta, hablaba por el móvil y esquivaba a un autobús que le venía de frente. Se mueven a un ritmo constante y tranquilo. Al Parmigiano no le gusta verse en situaciones de riesgo. Una vez vi a un anciano Parmigiano que ponía un pie en el suelo para frenar la bicicleta. Instantes después nos relató que esa había sido la experiencia más excitante de su vida.



viernes, 7 de marzo de 2008

Perugia Capítulo XXI: Cómo decirte...

Sé que soy un pesado. Que en vez de hablar del Erasmus sólo hablo del Atleti y de Lost. Pero oye, cada tonto con su tema. Lo que no puedo pasar por alto es un artículo como el último de Hernan Casciari en su blog (cojonudísimo por cierto) sobre Lost. Así que no tengo más remedio que reprocirlo integramente aquí e insistiros acaloradamente en que os hagais seguidores de su blog. Aquí está el artículo original. ¿Que no te gustan las series? Pues nada, ¿qué mejor momento que este para que empieces a madurar un poquito? Allá vamos...

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El espectador de Lost es un cornudo feliz

A estas alturas, después de setenta capítulos devorados tres años, ya soy un experto en esperar que vuelva Lost. Ya no siento ese dolor punzante en las tripas, ni me muerdo las uñas. Y es que, en todo este tiempo, nuestra relación ha madurado mucho. ¡Ah, me acuerdo cuando acabó la primera temporada, qué desazón más grande!

Me quedé con los ojos como huevoduros, viendo cómo Jack y Locke abrían por fin la puerta secreta y la cámara bajaba hacia el negro más profundo. Y después nada: cuatro meses enteros de ansiedad, de conjeturas y abstinencia.

La primera temporada de Lost fue como el inicio de un noviazgo salvaje. Como esos amores a primera vista en donde sólo cabe pensar que la vida será siempre maravillosa y que nada, en todo el mundo, nos sacará del paraíso. Acción, suspenso, misterio… Pero entonces, un día cualquiera, ella, la mujer amada, nos dice: Corazón, tengo que irme cuatro meses a estudiar a Suiza, ¿me esperas? Y el mundo se viene abajo. Pero no el amor.

Y nos quedamos esas dieciséis semanas como estúpidos, pensando en el día exacto en que volveremos a sus brazos. La distancia, en vez de dar respuestas, nos llena de nuevas preguntas: ¿pensará ella en mí?, ¿qué hacía un oso polar en una isla del Pacífico?, ¿se habrá acostado con algún estudiante de intercambio?, ¿qué misterios esconderán Los Otros...? Intentamos distraernos, salir a la calle, ver a otras mujeres, pero nada tiene sentido sin sus besos. Vemos tres o cuatro episodios de CSI, coqueteamos con Grissom, pero nada es lo mismo si nos faltan los apodos de Sawyer. Nuestra cabeza está en otra parte, en la brisa de la isla, lejos, en un futuro que nunca había tardado tanto.

Y entonces, un día, suena el timbre y vemos el primer episodio de la segunda temporada. ¡Qué dicha más grande, cuántos abrazos! Volver a ver un nuevo episodio después de tanto tiempo es como tocar el cielo con las manos. Es tan grande la necesidad de Lost que no importa que las nuevas tramas no traigan consigo ni una sola respuesta a las viejas preguntas. Ni una. Como cuando regresa de Suiza la novia amada y no nos quiere contar qué ha hecho, con quién ha estado, si ha conocido a alguien. Y además llega con el pelo corto y fumando Lucky Strike. Mala cosa. Pero no nos importa, claro que no, mientras esté otra vez en casa, sana y salva. Le perdonamos el silencio porque la amamos.

La amamos tanto, y ella a nosotros, que un buen día decidimos vivir juntos, ser una pareja formal, y entonces comienza la rutina del amor. Descubrimos en ella algunos defectos: deja las ollas sucias sin remojar, abre nuevas incógnitas sin cerrar las anteriores, aprieta la pasta de dientes por adelante, aparece una imagen del gordo Hugo en un flashback de Sayid, no sabe cocinar un huevo frito, hace uso abusivo del humo negro… Pero no nos importa: estamos enamorados.

La segunda temporada de Lost es un matrimonio entre la serie y el espectador. El salvajismo del amor le ha dejado paso al disfrute de las pequeñas cosas, a la caricia velada y al café con leche por las mañanas de domingo. Ya sabemos que nada es tan perfecto en la pareja, que hay muchos flashbacks que no tienen sentido aparente, que hay roces y gestos desganados...

Pero nadie nos quita del sofá los jueves por la noche. Estamos cómodos en casa, es bueno sentir el calor del otro cuerpo, aunque no nos creamos que Walt haya crecido tanto. Somos una pareja estable.

Y entonces ocurre la primera crisis. Al final de la segunda temporada, justo cuando Los Otros atrapan a cuatro de nuestros mejores náufragos, ella nos dice: Necesito espacio, me voy a casa de mamá unos meses para pensar mejor... Y otra vez nos deja solos en casa, sin entender que va a pasar con nuestras vidas, ni tampoco a dónde se ha ido Michael en ese barco tan pequeño.
Pero nosotros ya no somos aquel novio primerizo que no sabe qué hacer sin el amor de su vida. En este segundo impás nos sentimos vivos, andamos en calzoncillos por toda la casa, disfrutamos la soltería... Y un día conocemos a
Heroes (la abstinencia absoluta es difícil) y le ponemos los cuernos a Lost mientras está ausente. Heroes es una serie intensa, hay gente que vuela, señoritas que se caen de los puentes y no se hacen nada, policías telepáticos, japoneses simpatiquísimos. Heroes es una adolescente con ganas de experimentar en la cama. Aprendemos con ella cosas nuevas, nos sentimos inmortales. Tenemos una amante más joven, ¡ah!, qué maravilla es la vida, qué fabulosa la televisión yanqui.

Pero una tarde de domingo, mientras estamos con Heroes en la cama, justo en medio del clímax, nos equivocamos de nombre y le decimos Lost. “Ah, sí, sí, Lost, un poquito más abajo, ahí, en la escotilla”. Y Heroes se pone como loca, se levanta de la cama y se va dando un portazo. Mucho no nos importa, porque desde el episodio once se estaba poniendo bastante pelotuda, con muchas explosiones y tramas cruzadas que no iban a ninguna parte.
Como por arte de magia, a la semana siguiente vuelve a casa
Lost y sólo al verla, no antes, justo cuando aparecen en pantalla las primeras escenas, descubrimos cuánto la habíamos echado de menos.

La tercera temporada de Lost es la esencia del amor de pareja. Ha quedado tan lejos el oso polar, las primeras incógnitas, los subidones de adrenalina, la falta de respuestas… Todo es tan lejano y a la vez está allí, sin condiciones. La tercera temporada es una mujer madura que ya ha vivido todas las vidas y ha regresado a nosotros por elección final, por voluntad superior.
Las historias son más pequeñas y nos devuelven los sueños. Y esta vez sabemos, además, que nada es para siempre.


El último abandono no duró tres o cuatro meses, como los anteriores. Esta vez fue casi un año entero sin un nuevo episodio de Lost. Pero como dije, ya soy un experto en esperar que vuelva. Cuando me siento triste miro capítulos viejos y recuerdo los antiguos besos, las primeras caricias; o entro a los foros de Internet para escuchar a otros hacer conjeturas. Que todos están muertos y la isla es El Limbo, que se trata de un universo paralelo y el avión no cayó en este mundo, que la isla es una segunda oportunidad para seres desdichados. Que Hugo es Dios. ¡Cuántas cosas se dicen por ahí, y qué poco me importa!

Ahora que ya ha comenzado la cuarta temporada, yo estoy muy tranquilo. Sí, es verdad, he mandado las sábanas a la tintorería para que huelan mejor, y compré vajilla moderna para el desayuno, y estuve haciendo un poco de ejercicio para que, cuando ella llegue, no me vea descuidado. Pero no estoy ansioso. Ni siquiera le he preguntado a dónde ha ido en estos meses, ni por qué se mueve tanto la cabaña de Jacob, ni cuánto tiempo piensa quedarse esta vez en casa. No. No haré preguntas. Ella, a cambio de mi ingenuidad, a veces me regala polvos monumentales como el del viernes pasado.

La cuarta temporada de Lost es el amor puro entre una historia y su espectador, ese mismo amor fundamental que se explica en el Nuevo Testamento y al que muy pocas almas pueden acceder. Es el amor que todo lo sufre, que todo lo cree, que todo lo espera, y que todo lo soporta. Como el amor de Penélope y Desmond. Yo creo en Lost cuando me dice la verdad, pero también amo a Lost cuando me miente. Y cada vez que se va de casa sin decir nada, soporto su ausencia como un hombre. Y cuando vuelve, como ha regresado ahora por cuarta vez, abro el mejor champán y espero, a oscuras, que entre a casa y me engañe de nuevo.

Hernan Casciari

sábado, 1 de marzo de 2008

Perugia Capítulo XXI: Sábado de Resurrección


Por las ganas que no puedo contener,

porque mi sangre está siempre presente,

por las emociones que me hace sentir,

el fútbol es mi pasión, mis ganas de vivir...


*** Gracias, Kun ***

miércoles, 27 de febrero de 2008

Perugia Capítulo XX: Tras la tempestad, ¡la segunda oleada!

(En construcción...)

Como se veía venir, el post anterior se quedó en construcción eternamente. Pero ese post pertenece ya a otra era. Una era en la que había que estudiar, que preocuparse por exámenes, por conseguir apuntes, por horarios... Una era en la que hacía frío y la primavera se veía aún muy lejana. Una era en la que había que echar la vista atrás a tu vida real y preocuparte por convalidaciones de asignturas y demás cosas de gente responsable. Una era en la que se pasaba más tiempo en casa que en la calle con amigotes. Afortunadamente esa era ya es historia y puedo gritar bien alto que se da por inaugurada lo que algunos ya se han lanzado a bautizar como ¡LA SEGUNDA OLEADA!

viernes, 1 de febrero de 2008

Perugia Capítulo XIX: El Kun y los exámenes (en construcción...)

Da igual que estés en otro país. Da igual que tu vida de ahora tenga poco o nada que ver con tu vida de antes. Las épocas de exámenes son épocas de exámenes en Madrid, en Perugia y en Plutón. No quiero ni pensar la que se me viene encima a partir del miércoles. Y como no quiero pensarlo pues me dedico a pensar en gilipolleces. A perder el tiempo como un cobarde. El tema es ser feliz el mayor tiempo posible y cerrar los ojos ante el holocausto que se avecina.

El tema es que cada época de exámenes me da por perder el tiempo con una gilipollez. Ya sé que esto no tiene nada de novedad, pues a ti te pasará lo mismo. Pues nada, haces un blog y lo cuentas. A lo que voy, que la cosa cada vez va a peor. Hace un par de años recuerdo que casi suspendo todo por culpa de un juego de Fórmula 1 que regalaban con los Kellogs. Cutre a más no poder, pero más adictivo que cualquiera de última generación.